viernes, 10 de octubre de 2014

Xena.

Xena.


Ella soñaba con ser acariciada y mimada, soñaba eso mientras un alambre rodeaba su cuello. 

Al despertar, se encontraba acostada sobre la tierra fría, mojada y con la nariz reseca; el alambre en su delgado cuello le impedía tomar aire profundamente. 

Aún así, ella se levantaba moviendo su colita, con fé de que ese día sí la acariciarían. Pero no sucedía, cada dos o tres días le arrojaban restos de comida, podrida, huesos, basura, que ella comía con desesperación, porque probablemente sería su único alimento en mucho tiempo. Veía a las personas que la alimentaban y movía emocionada su colita, pero ellos rara vez la veían realmente. Sólo era un mueble más abandonado en el intento de patio.

Cuando se aburría de estar amarrada todo el tiempo, en un espacio de un metro por un metro, intentaba soltarse, normalmente no lo lograba, pero a veces, en ocasiones mágicas, podía liberarse y correr; corría hacia afuera de la casa, corría como podía, porque su cuerpo no tenía energía y sus músculos carecían de fuerza para moverse adecuadamente; pero aún así ella corría feliz. Cruzaba la calle mientras los coches transitaban, los esquivaba con su pequeño cuerpo, cuando veía a alguien se agachaba esperando el golpe que siempre recibía en su hogar, se orinaba de miedo al ver a alguna persona, porque recordaba cómo la 'saludaban' sus dueños. 

Algunas personas la llamaban, ella sabía que le estaban hablando, se acercaba temerosa, agachada y con la colita entre sus patas, las orejas abajo y la mirada distante, cuando se daba cuenta de que no la golpearían, se emocionaba, pero no sabía cómo demostrar su felicidad, brincaba y al mismo tiempo se agachaba esperando un castigo, sus huesos se veían entre su piel, su nariz estaba desierta de amor, sus patas temblaban al ponerse de pié. Pero, cuando ella sentía una caricia sobre su rostro, era feliz, no importaba cuántas noches había soportado bajo la lluvia o el frío, ni los días eternos bajo el sol, todo lo que importaba era que alguien la estaba acariciando.

Un día, sus dueños soltaron sus cadenas, ella esperanzada creyó que por fin sería amada, movió su colita, brincó un poco con cuidado de no molestar a nadie, agachada buscó amor, pero nadie la notó. Sus 'amos' se fueron, subieron al coche y se alejaron rápidamente, ella creyó que volverían, se puso a correr feliz entre los coches, a buscar entre la basura lo que para ella era un banquete, así pasaron un par de días, unas personas le daban de comer, pero era algo que 
ella no reconocía como comida, no tenía el olor fétido al que estaba acostumbrada, tenía un sabor a limpio, a sano, que ella no conocía.

Un día, la cargaron y la llevaron a un lugar diferente, había más perros, más gente que la acariciaba y abrazaba, pero ella no sabía qué sucedía, se asustó tanto de recibir amor, se confundió al recibir por fin lo que tantas veces soñó, que empezó a temblar, y cuando 
otro perrito se acercó a olerla, creyó que estaba en peligro e intentó morderlo.

Estaba muy nerviosa al sentirse amada, no sabía cómo reaccionar cuando la acariciaban, aquello que tantas veces había soñado, ahora era una situación extrema a la que no sabía cómo responder. Se agachaba y se orinaba cuando alguien intentaba acariciarla, gruñía 
cuando otro perrito quería jugar con ella. Xena, como la llamaban esos humanos, desconocía el sentimiento de seguridad. No tenía idea cómo recibir amor.

Intentaron que fuera amiga de otras tres perritas rescatadas de situaciones similares, pero ella estaba aterrada. Así que construyeron un hogar para ella sola, todos los días le daban comida fresca y la acariciaban tanto como ella soñaba cada noche. Era feliz.

Pero, no todas las historias tienen finales felices; Xena, nunca fue amada, nunca comió adecuadamente, jamás recibió amor o compasión, fue golpeada, torturada, abandonada; su cuerpo estaba tan dañado, tan olvidado, que aún cuando fue amada hasta la médula, su espíritu ya estaba roto.

Después de mucho tratamiento, medicamento, amor y lágrimas, Xena dejó de respirar, su corazón se detuvo, científicamente no tenía lo que se requiere para sobrevivir; honestamente sabemos que, lo que la llevó al otro lado de ésta vida, es que recibió lo que siempre había soñado, pero lo recibió en sobredosis, recibió tanto amor que su alma no pudo albergarlo y conservarlo. 

Xena no murió de una enfermedad, Xena, se transportó a otro lugar por tanto amor; tantas caricias recibidas la llevaron al cielo, al nirvana, la transformaron en alegría, en lluvia fresca y en rayos de sol. Su sueño por fin se hizo realidad, y entonces, ella pudo trascender a otro lugar donde todo es posible, y eterno.

Xena recibió tanto amor como lágrimas al irse. Cuando sus ojos se cerraron definitivamente, muchas personas lloraron, la extrañaron, la invocaron y la recordaron de una forma mágica. Xena no murió, se transformó en algo divino, ajeno a la crueldad, lejos del ser humano indiferente; ella se convirtió en amor, en fé, en esperanza.

Siempre habrá quién piense en Xena, siempre habrá un corazón roto por su lejanía; pero lo más importante es que Xena cumplió su sueño de ser acariciada y amada.

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