martes, 25 de julio de 2017

Kandy

Kandy.

Solamente había amado a un hombre,  aquel que me cuidó y amó desde que recuerdo; era dulce y tierno, me acariciaba siempre y sus palabras suaves me tranquilizaban en cualquier momento. Prometí, en silencio, serle fiel, incondicional, y así fue.

Nunca me faltó nada, era tan feliz como todos sueñan serlo, no ocupaba mucho; nunca exigí nada, solo aceptaba el tiempo que me daba y el amor con que me cubría cada que podía. Pero, como toda historia en esta vida, algo sucedió; una noche, esas caricias no acudieron a la cita; las lunas transcurrieron y no lo sentía. No comprendía, él jamás me abandonaría, yo le amaba sobre todo, incluso sobre mi vida, así que decidí esperar su regreso en el mismo lugar.

Aquella tarde, un sonido blasfemo me despertó: sentí miedo, pavor, mis compañeros estaban junto a mí y empezaron a aullar aterrorizados, yo corría, no entendía y aún no lo entiendo. Parecía que se derrumbaba el cielo sobre nosotros, hubo gritos y de pronto ese olor a muerte, pedí ayuda, pero nadie acudió, nos escondimos, porque no podíamos hacer más. Después de eso solo hubo silencio y humo, y ese olor, tan inolvidable, como el perfume de aquel, que era mi protector, que me hacía sentir segura, pero en esta ocasión, era un olor a decadencia, a muerte.

Las lunas seguían cruzando el cielo y ocultándose sobre el techo de la casa, ahora abandonada, tan silente como mi corazón. Yo seguía esperándolo; mis compañeros fueron rescatados por otros humanos, yo me escondí, tenía que quedarme donde él sabía que estaría, ¿y si regresaba por mí? ¿qué haría si no me encontraba donde me dejó?. Me refugié y no pudieron encontrarme, estaba decidida a esperarlo.

Un día, sucedió, escuché la puerta abrirse, de un modo un poco rudo, pero pensé que era él, tan olvidadizo como siempre, habría perdido la llave. Emocionada brinqué, ladré, débil por la falta de alimento, pero reuní todas mis fuerzas para recibirlo como se merecía, sin embargo, no era él. En su lugar, otros hombres entraron, cuando ladré para asustarlos, me patearon en un costado y caí, estaba tan débil, tambaleándose caminaron hacia mí, balbucearon algo que no comprendí; no eran aquellas palabras cálidas que él me decía, eran crueles, dolían. Sus ojos enrojecidos me asustaron y corrí hacia una esquina del patio, cuando me arrojaron las cuerdas no supe qué hacer, debí haberlas mordido o eludido, pero no lo logré, enredaron mis patas y ataron mi cuello, no podía respirar, y entonces, quebraron mi alma, mi inocente mirada, mientras uno me sujetaba, el otro hizo cosas con mi cuerpo que no entendía, que ninguna lógica podría justificar. Ultrajaron el alma de un ser que solo sabe amar y ser fiel, y así sucedió durante mil noches, porque pareció una eternidad en el infierno, el tiempo en que esos hombres, entraron y rompieron mi piel y mi fe. Apagaban sus cigarros y sus culpas en mi cuerpo decadente; no sabían, que dentro de mí, había vida, aun cuando ellos estaban asesinando casi hasta mi último aliento.

Una noche, con el corazón y el cuerpo desgarrado, decidí irme, esperando que si él regresaba, me encontraría donde estuviera, y tratando de proteger a los que ya vivían dentro de mí; llegó una mujer, la ví tan luminosa, que me cegó y asustada la ataqué, tenía tanto miedo; pero ella no me abandonó, me dijo muchas palabras que no comprendí, pero su voz reflejaba tanta paz, que confíe en ella, creí en ella; pero se fue. Y mi corazón volvió a caer a la tierra podrida.

El mágico día, que no olvidaré, estaba nublado, parecía que una tormenta se aproximaba, temía por mis recién nacidos hijos, los escondí bajo unas tablas roídas por el sol, entonces escuché un ruido raro y ella se bajó, empezó a hablarme y se acercó, entendí que quería ayudarme, me convenció después de unos segundos y la dejé cargar a mis bebés. Pero esos sonidos blasfemos volvieron a acobardarme, explosiones nos rodeaban y una mujer gritaba que debían irse, pero ella no se acobardó, y subió a todos mis hijos, yo corrí y como pude la seguí, ella pasó todo el camino explicándome que me quería ayudar, que no me dañaría y que mis bebés estarían a salvo. Era todo lo que quería saber.

Ahora, estoy bien, tengo una cama caliente, mis bebés están a salvo, ya no tienen quemaduras en su cuerpecito, tampoco yo; ya nadie puede tocarme sin que yo lo decida; y ella, esa mujer que me rescató, me da tanto amor como el hombre que me crió, y que por alguna razón ya no está conmigo para protegerme. Pero ella, a quien no nombraré porque la amo y no quiero que sufra, ella arriesgó su vida por mis hijos y por mí, en un tiempo en que  una vida vale menos que una piedra, ella, es tan dulce que me explicó aunque no entendiera mucho de lo que decía, y aunque temo del hombre, creo que aún hay esperanza… y sueño con que mis hijitos, encuentren un hogar en el que jamás sientan el horror que yo viví, y solo conozcan el amor de tener a alguien que los cuide y los proteja con su vida.


Gracias, por arriesgar tu vida para salvar la nuestra. ¡Eres un ángel!. (Y los ángeles no ocupan ropa cara, ni maquillaje, son ángeles, al natural… )Kandy.Kandy